martes, 24 de julio de 2012

Elías Canetti: La antorcha al oído

Título original: Die Fackel im Ohr. Lebensgeschichte 1921-1935 
Idioma original: alemán
Año de publicación: 1980
Valoración: Muy recomendable


Elías Canetti nació en Bulgaria en 1905, recibió el ladino (castellano conservado por los judíos sefardíes) como lengua materna y, aunque dominaba el inglés desde la infancia, tras residir en varios países europeos, adoptó como lengua literaria el alemán. Por imperativo materno hubo de doctorarse en químicas pero tuvo clara desde muy joven su vocación literaria, motivo por el que escribió frenéticamente durante toda su vida aunque su exagerado perfeccionismo le incitó a limitar sus publicaciones al máximo. En la Biblioteca Central de Zúrich se conserva la enorme cantidad de manuscritos, personales y literarios, que produjo y que no podrán salir a la luz hasta la década siguiente. Por todo esto y por el inusual carácter de sus obras, estamos ante un autor personalísimo, que acumuló una vasta cultura y supo marcarse una ruta propia manteniéndose al margen de modas y requerimientos externos. En 1936 apareció Auto de fe, su única novela. Aunque abarca diversos géneros (teatro, libros de viajes, artículos, estudios sobre literatura y arte), su obra fundamental es el ensayo Masa y poder, cuyos postulados le obsesionaron durante muchos años y para el que investigó y trabajó incansablemente hasta darlo por concluido en 1960. Veintiún años más tarde, y como colofón de otros muchos premios, obtendría el Nobel de Literatura.

La antorcha al oído es el segundo volumen de su autobiografía y abarca un período de  catorce años. Desde 1921, cuando era un muchacho de dieciséis y se trasladó con su madre viuda y sus hermanos menores a una pensión de Frankfurt – en la que permanecerían tres años a pesar de su inicial resistencia a abandonar su querida Zúrich – donde pudo observar, con insólita lucidez para su edad, los curiosos tipos humanos que recalaban allí. Pasando por las turbulencias económicas y políticas de aquellos años, el resentimiento hacia la madre, su estancia como estudiante de química en Viena, su encuentro y relación con su futura esposa, Veza, la admiración por el escritor y actor Karl Kraus a cuyas representaciones acudía asiduamente y que marcaría sus primeros gustos literarios, los deslumbrantes tres meses que, en el verano de 1928, vivió en Berlín “donde era imposible dar diez pasos sin toparse con una celebridad” y donde llegaría a tratar a grandes personalidades de la cultura, como George Grosz y Bertolt Bretch, cuya influencia le preparó para apreciar nuevos estímulos. Y, sobre todo, la explicación de cómo se gestó el protagonista de Auto de fe y el hallazgo de las primeras imágenes que darían lugar a la novela, así como las obsesiones y preguntas sobre la naturaleza de la masa procedentes de experiencias fortuitas en actos multitudinarios, bien de exaltación militar, bien de manifestaciones de protesta, y sin las que Canetti no hubiera adquirido la gran importancia que hoy tiene en el plano del pensamiento.
  
Debido a la excesiva coherencia de estos recuerdos algunos han dudado de su veracidad, pero hay que tener en cuenta, en primer lugar que Canetti anotaba continuamente sus impresiones y que los cuadernos que utilizó se convertirían más tarde en una fuente valiosísima, pero además, y por encima de todo, que era muy consciente de estar haciendo literatura y, por tanto, podía (y debía) permitirse todas las licencias que hicieran falta y que no tenía por qué desvelarnos. Bucear entre todo ese conglomerado de cuadernos y apuntes dispersos, desbrozar sus contenidos, confrontarlos con los de la memoria, seleccionar lo aprovechable y, finalmente, darle un aspecto tan aparentemente espontáneo que los oídos – en lugar de la vista – parecen recibir el chorro de información tal como se va generando, sin ningún tipo de filtro ni estilístico ni conceptual, de tal modo que nos parece estar recibiendo los recuerdos tal como van afluyendo a su mente, conseguir este efecto, dotar al conjunto de una sencillez tan elaborada supone, además de su reconocido talento, un trabajo ímprobo.


Del mismo autor: Auto de fe

2 comentarios:

Jaime dijo...

De Canetti sólo he leído "Auto de fe", y la verdad es que guardo un recuerdo precioso. Hace poco me he enterado de una curiosa historia sobre él. Parece ser que Canetti era un tipo muy reservado, y la avalancha de atención que siguió al Nobel no le hizo precisamente feliz. Al final de su vida, para escaquearse de las muchas solicitudes de periodistas y demás, Canetti solía contestar el teléfono de su apartamento imitando la voz de una ancianita, y aseguraba muy serio que "el Sr. Canetti no se encuentra en casa". No se le daban muy bien las imitaciones, al parecer.

Montuenga dijo...

Bonita anécdota! Sabía que se había apartado todo lo que pudo del tumulto mediático pero este detalle me parece muy divertido y creo que encaja con su personalidad. Detrás de su aspecto serio, circunspecto incluso, debía tener un humor muy peculiar. Me lo imagino partiéndose después de colgar. Lo importante no es si engañaba o no a los periodistas, él cumplía su objetivo y encima se lo pasaba bien. Como tampoco importa si ocurrió de verdad, sino la tierna imagen que transmite la escena.