martes, 10 de febrero de 2015

Adam Johnson: El huérfano

Idioma original: inglés
Título original: The orphan's master son
Año de publicación: 2014
Traducción: Carles Andreu
Valoración: recomendable

Todo mi planteamiento inicial cuando preparaba la reseña de El huérfano acaba de volatilizarse. Sí: acabo de darle a la tecla Supr y me he cargado como unas treinta líneas que empecé a escribir cuando iba por la mitad de la novela, cerca de la página 300 de una novela a la que no le iría mal algún recorte en sus algo excesivas 600. Donde escribía que quería juzgar esta novela por sus méritos literarios al margen de que todo lo que acontecía en la novela estaba rodeado de una polémica de la que pretendía abstraerme. Pero me ha sido imposible.
El huérfano cuenta la historia de Jun Do, huérfano norcoreano que traza una carrera en ascenso al servicio de su estado. Ya sabéis, el de los líderes supremos, los queridos líderes y todas esas patrañas. El entronizado en el publireportaje de Cao de Benós y el satirizado en los tweets de @norcoreano. Y traza una carrera desde su protagonismo en un orfanato en el que, insiste, no es un huérfano, hasta sus heroicas acciones por encargo de la maquinaria estatal. Secuestro de ciudadanos japoneses en acciones de incursión, crímenes gratuitos, denuncias, torturas. Un angelito, vamos. Pero el libro nos deparará varios giros argumentales (lo cual, desde el punto de vista narrativo, genera cierta confusión), y la suerte de Do será diversa y dispar. Obsesionado por los pescadores con los que patrulla acompañado de un precario aparato de radio, y a su imagen y semejanza, se tatuará en el pecho la cara de Sun Moon, actriz nacional, y no cejará en su empeño hasta que obtenga la posibilidad de acceder a ella. Le pasarán muchas cosas, su vida estará llena de avatares como se espera que sea la del protagonista de una gran novela.
Pero El huérfano, que no dudo en recomendar, adolece en algo que puede que a muchos no les parezca un defecto capital. Que es la espontaneidad. Su carencia, concretamente. Parece que Johnson se haya documentado a fondo sobre una serie de cuestiones relacionadas con Corea del Norte: los episodios de secuestros de ciudadanos japoneses, la existencia de las minas-prisión, las desapariciones, las purgas, las hambrunas, las torturas, el aparato represor, el adoctrinamiento ideológico, las delaciones entre familiares, los matrimonios de reemplazo, el aislamiento absoluto, la persecución obsesiva de la disidencia, el talante megalomaníaco, caprichoso y siniestro de sus líderes. Y que haya ensamblado esas piezas, todas ellas, planificando y articulando una trama que las incluya todas, como sea. Hasta el punto de que en esa necesidad de articular la novela total de Corea del Norte como hizo Solzhenitsyin con los gulag o algunos autores con el holocausto, a Johnson se le han ido un poco las dosis de ciertos ingredientes. Porque el episodio final rompe el tono dramático de gran parte de la novela (con profusión de detalles muy truculentos y escabrosos) para incurrir, casi, en lo grotesco, cosa que, tras la exhibición de atrocidad en la que nos hemos sumergido, no creo ni que fuera la intención del autor ni la sensación que deba persistir.
Con todo el follón relacionado con el cyber-ataque de hace unas semanas relacionado con el estreno de The interview, me hace gracia que esta novela, mucho más profunda y minuciosa, haya pasado tan desapercibida a nivel mediático. Johnson parece ser que se infiltró en una de esas controladas expediciones al país, y que parte de sus conclusiones se integran aquí.
Y ya dejo al juicio de cada uno el considerar si la barbarie que describe esta novela es un reflejo real de lo que acontece en ese misterioso país. Me da que sí es así, aunque sea porque algunos de los episodios narrados me parecen tan crueles y descarnados que hasta me parecen excesivos como fruto de la imaginación puesta al servicio de la ficción. Con lo cual Johnson, que obtuvo el Pulitzer por esta novela, trasciende de lo literario para inscribirse en una cierta literatura de denuncia de la tiranía que, a mi juicio, ha de hacer lo posible por ser tomada en serio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una pregunta de un urbanita ignorante: ¿se puede hacer una "paja" a un buey? Porque los bueyes están castrados, ¿no? Y si se puede, ¿realmente nos importa que lo hagan en los campos de concentración norcoreanos?

Francesc Bon dijo...

Comprenderás mi desconocimiento de los detalles de la cuestión que me planteas. Voy a mirar por Google.